Tierra caliente
que envuelves en tu
ruda seda
la carne más querida,
no devuelves
la mirada de madre,
la serena frente
de padre,
tierra caliente
no devuelves
Habremos de cantarte,
empero:
sobre tu suelo
levanto la blanca bandera
de mi paz,
mi anidado empeño
pues, animal, te
habito.
Yo vengo
de aquella raza mala,
aquella que ha traído
el combate inútil
la brutal rapiña
capaz de lo romo y lo infinito
del prodigio y del vómito
del beso y la barbarie.
A cambio de tu asilo
yo prometo
que labraré con otros por
cambiar la bestia
que fervorosamente te
devora
Y que la vana esperanza nos levante
y el evidente
imposible ponga sitio
al crujir sordo
de los huesos que se
quiebran
a tu muerte inevitable.
nuestras armas se
levanten al brote de los textos,
al inaudible movimiento
de unos párpados,
de un corazón que lee
que ama
que piensa
que siente
que escucha
el redoble terco
de la paz,
de la paz,
aquella
única arma.
única arma.
Y que despierta.
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