Campaneros de guerra
esta mañana redoblaron sus timbales
por todo el campo verde que blanquea el rocío
con su sonar a muerto, con toda aquella gloria,
aquel que tantas veces,
tuvo a santo de Dios mi cuera apaleando.
¡Tanto mayo sin flor, tanta bruma sin pájaros,
tantas sábanas planchadas sin agua que doblar!
Así que dejo que me tiendan bien los ojos, ya por siempre,
al palo;
¡ciegos, qué incesantemente no habrán visto, a par, los asesinos!
¡Y cómo de volandas
el aire se me ha ido llevando, sin pausa,
aquel mi sueño,
feraz rito de luz con el que la luz me castigara!
Así, cruja la rabia su flor
desde mi boca muerta,
silben en el aire aquel quejido
mis labios tumefactos
que si por fuerza tendré por algún tiempo que sostener el mástil,
cuelguen de aquel palo jirones de bandera.
Y quede yo, muerto de carne,
en seco. Y que sea por rasgar
al blanco del papel
aquel latido.
Y hasta caer por tierra
escriba.
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