Qué certeza nos queda del abrigo,
del sol contra los barcos, del regazo
tan frío ya de madre,
la hermandad con el mar, los belfos en mi perro.
Qué de cierto, bajo el barro
tomado de los labios,
del olor de la tierra, si el frío de las cumbres
se trepa ya a mis huesos,
desatando el planto poderoso
que vigila, desde la cruz al alba,
el gálibo fatal de mi infortunio.
Que es pájaro heridor, y que me barre
con su plomo las lamas de metal,
y me apartó de la edad de los jarabes,
del cuento y de la lámpara, la grama y el cordero.
Es tarde. Ya no queda
casi pecho a recibir con los disparos.
Ayer mismo firmé, con la sangre que apuntaban mis deberes,
un límite finito a tanta luz absurda.
El sol, funesto y sucesivo,
va borrando las sendas.
Hasta el viento me engañó:
prosigue en fuga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario