Cava en mí una sed que a pozo abraza,
madre muerta.
El horizonte enseña
una ciega de manos
con aquellas heridas, graves lunas rotas,
grandes, blancas, de tu razón,
buen muertas...
Y está toda esta sed
de lluvia, de caricias
llanto y cuentos,
bailándome la silla.
¡Madre
tú no tuviste del beso de tus nietos.
Veinte años llevaras tú ya muerta
cuando ellos vinieron a la vida!
¿Y no vendrá, pues, pronto
la ciega a mí a buscarme?
¿Y va a ser larga, pues,
la furia de la luz?
¿Siempre este sol quemándome la espalda?
¡Ay! Es este dios, de helado gesto,
de perro nunca ahíto,
que clavándonos de una a otra cruz nos ladra
gozando en las heridas...
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